‘’Lo lamento-dijo Gandalf-. El pobre Bill ha sido un
compañero muy útil, y siento en el alma tener que abandonarlo ahora. Yo hubiera
preferido viajar con menos peso, y no traer ningún animal, y menos que ninguno
este que Sam quiere tanto.”
Gandalf a Frodo haciendo referencia a Bill, el poney de Sam
(El señor de los anillos I La Comunidad del Anillo, J.R.R .Tolkien)
Cómo ha cambiado el tiempo. No ha pasado ni una semana desde
que estaba disfrutando habitualmente de una buena pipa a estas horas, en mi
jardín, en mangas de camisa, con los pies apoyados en una banqueta, disfrutando
de las vistas. Un valle verde, dividido en dos por el río, que todavía podía
verse como si de fuego líquido se tratara por los reflejos de la puesta de sol
concentrándose en la laguna de Delagua. Desde luego, esos ratos de cavilaciones
tranquilas al aire libre las voy a echar de menos.
Ahora ya ha llegado el frío y, con él, se viene antes la
noche. No da pie a salir, no apetece tanto. Y más cuando en casa te espera una
cálida lumbre. Eso sí que es un placer. Esa sensación de frío que en mayor o
menor medida, penetra en el cuerpo durante el camino de vuelta a casa y, cuando
llegas y abres la puerta… Ese calor que empieza a recorrer tu rostro y parece
una enfermedad que se contagia y se extiende al resto del cuerpo…
Toda época del año tiene su lado positivo. Además, todavía
se puede salir a fumar al jardín después de comer, al sol todavía se aguanta
bien sin demasiadas prendas de abrigo. Caminando claro. De hecho el otoño es
una época preciosa para pasear. Para contemplar lo maravillosa que es la
naturaleza. Cómo muda sus colores. Del verde que invade la Comarca en verano, a
los tonos amarillos y rojos del otoño. Da gusto pasear por caminos rodeados de
árboles mientras ves las hojas caer. De hecho, según la época del año, cambio de ruta al volver del trabajo sólo
para observar las vistas que más me gustan.
Hoy precisamente volviendo, he pasado por Delagua para hacer
la compra y me he encontrado con un viejo amigo, Ted Arenas, el molinero. En seguida me ha
saludado. Es un gran hobbit, y muy trabajador. Hemos estado hablando y me ha
contado una historia bastante curiosa. Y digo curiosa por no decir surrealista.
Al parecer en la orilla oeste del rio Brandivino vive un granjero, que estuvo
enfermo una temporada. Sufría una dolencia que jamás se había visto en la Comarca. Algunos que le fueron a cuidar quedaron contagiados. Mientras estaba
en cama, padeció unas fiebres muy elevadas y se temió por su vida ya que no
conseguían que mejorase. De hecho, estando ya desesperados, acudieron a unos
elfos para que lo trataran a él y los demás, a los que habían encerrado en
salas contiguas de la granja para mantenerlos en cuarentena.
Los elfos los estuvieron estudiando y prepararon unos
brebajes que les hizo disminuir la fiebre. Pero, al parecer, había un problema. El perro que tenía aquel buen hobbit se lo habían vendido en Bree.
Provenía de una zona al este de Rhudaur cercana a las montañas Nubladas, poco transitada. Por lo
visto, esos perros podían ser un foco de contagio para las personas, como
parecía en este caso, ya que el granjero había perdido a su familia y el animal
era su única compañía. Era un caso que hacía años que no se veía, pero probablemente fuera por la cercanía del hábitat del perro a las Landas de Etten, a las que no suele acercarse nadie habitualmente por su peligrosidad. No se despegaba del perro allá donde fuese. La solución
pues, era sacrificar al perro por el bien de los habitantes de la zona ya que
la enfermedad era muy contagiosa.
Todos los vecinos de la zona optaron por matarlo y lo encerraron
para resolver el tema a primera hora del día siguiente. Y aquí viene lo
peculiar de la historia. A la mañana siguiente, apareció la puerta del
cobertizo llena de sillas y otros objetos obstruyendo la puerta. Era cosa de
algunos hobbits de Los Gamos. Querían evitar la muerte de Dardo, así se llamaba
el perro. De hecho, no tardaron en aparecer los causantes del alboroto. Habían
dormido a la intemperie en la parte trasera del cobertizo, para asegurarse de
que estarían en el momento adecuado. Los que estaban en contra, comenzaron a argumentar que no se podía tratar así a un animal que había ayudado tanto a su dueño y al que había sido tan fiel. Los demás les echaban en cara que su propia vida podía estar en peligro y que les era incomprensible que pudieran anteponer la vida de un perro a la de un hobbit. Tras una acalorada discusión, en la que
los defensores del animal añadieron que Dardo tenía dignidad y debía ser salvado
al precio que fuera, los vecinos los apartaron y se abrieron paso. Al final y
tras muchos insultos y gritos (en los que no faltaron menciones a los elfos que
habían curado al granjero), el perro fue ejecutado. El pobre granjero, aunque lo entendió quedó bastante dolido.
Ha sido muy gracioso como ha acabado de contármelo el buen
Ted, haciendo alusión a lo insanas que son las setas que consumen los
habitantes de Los Gamos. Al llegar a casa, me he preparado una buena cena y
después, como hacía frío y estaba
cansado, he decidido no ir al Dragón Verde y
me he sentado frente a la chimenea, a contemplar el fuego mientras me
fumaba una pipa. Sí señor, eso es vida. Y aquí estoy, pensando en la historia de Ted mientras hago pequeños aros de humo que invaden el salón.
¿Cómo es posible que alguien pueda comparar a un
animal con los hobbits? Más aún, ¿cómo podía alguien en su sano juicio comparar
la dignidad y la salud de un hobbit con la de un animal? Desde luego que el
animal tiene dignidad, faltaría más. No se puede abusar de ellos. Pero al fin y
al cabo, ¿no están para servirnos? Obviamente con mesura y sin acarrearles sufrimientos inútiles. Pero entre la vida de
un animal y la de hobbits, como era el caso, no hay duda. Es increíble que haya
gente que defienda antes la vida de un animal a la de los nuestros. Entre hobbits todos tenemos la misma dignidad por el mero hecho
de serlo, y por ello, también está por encima de la del animal. Nosotros podemos
trascender, razonar, pensar, controlar nuestros instintos. Somos animales racionales
y, por tanto, estamos por encima de ellos, que no puedan trascender, ni pensar. Se
guían e impulsan básica y únicamente por sus instintos. No podemos ponernos al mismo nivel. Aunque entiendo perfectamente que se les tenga cariño. Animales como perros y poneys pueden ser muy fieles ayudantes y compañeros sin abandonarnos jamás, pero no por ello son más importantes, no hay que perder el norte.
Quién me iba a decir a mí, que después de todo lo ocurrido
en la historia de la Comarca y de sus habitantes, todavía me quedaban por oír
historias tan ridículas como estas. Parece que el mundo se vuelve loco por momentos.
